Vapor Weser, en el que viajó desde Ucrania, Simón Radowitzky |
Simón Radowitzky vivió la gran aventura que fue su vida en
los escenarios menos propicios para la pregonada libertad de su ideología: el
anarquismo.
Nació en Ucrania en 1891, preparando la Revolución junto a Trotsky,
viajó a la Argentina y festejó el 1° de Mayo frente a las narices de la
oligarquía argentina, pasó su plenitud encerrado en la famosa cárcel del fin
del mundo, luchó en la Guerra Civil Española y murió fabricando inocentes juguetes en México, al ladito el imperio del
capitalismo, EEUU.
Ramón Falcón |
Sin embargo, en Argentina el capítulo de su vida sólo queda
testimoniado por los monumentos y honores prodigados a la que fue su única
víctima: Ramón Falcón. Placas, estatuas, nombres de calles y hasta el de la propia
Escuela de Policía Federal, recibieron su nombre. El reconocimiento del Estado
era por “los servicios prestados” en la campaña al Desierto, primero, en la
huelga de inquilinos de 1907, y en la
Semana Roja en 1909, donde gracias a su talento 80 personas fueron ultimadas a
puro garrotazo.
Simón contaba sólo 19 años cuando, a poco de llegar a este
país perseguido por la doble carga de sus ideas y su religión judía, participó
de la llamada Semana Roja. Se trataba de una manifestación de trabajadores
(casi todos ellos inmigrantes europeos) que fue duramente reprimida por la
violencia policial, aparato a cargo del jefe de la policía federal, el tal
Falcón. Muchas fueron las víctimas de ese primero de mayo de 1909, pero entre
ellas, el primo solidario de Simón, tuvo un peso decisivo en los
acontecimientos que se desataron posteriormente.
Los trabajadores decidieron llevar los féretros de sus
familiares muertos cargándolos al hombro hasta el cementerio de la Chacarita.
Pero un nuevo enfrentamiento policial trunca la intención cy los cajones fueron
secuestrados por las autoridades.
Simón decidió que la lucha se había tornado personal. Era
él, sin hijos ni familia que lamentaran su suerte, el que debía terminar con el
asedio de Falcón. El presidente, Figueroa Alcorta, se había negado al pedido de
obreros socialistas y anarquistas para destituir a su jefe de policía. Sólo
quedaba un camino en los pensamientos de Simón.
En el conventillo en el que residía, preparó en el mayor de
los secretos, la bomba casera que usó en el atentado. Una botella y unas
cuantas sustancias fáciles de conseguir, pero combinadas en las dosis
correctas, le permitieron realizar el arma mortal.
Carruaje de Falcón después del atentado. |
Un pequeño trabajo de inteligencia le permitió medir distancias
y calcular tiempos. Sabía que era muy difícil salir con vida de aquel plan.
Pensó en su madre, en su maestro ucraniano que le enseñó sobre hierros e ideas
libertarias, pensó en su primo…
Resultó más sencillo de lo esperado: poca gente y el
carruaje del jefe policial cumpliendo con el itinerario esperado. Todo ocurrió
muy rápido. Un estruendo muy fuerte, esquirlas y pedazos inidentificables de
cosas que cortaban el aire y la carne de la cara de Simón. La corrida, los
gritos y dos policías que circulaban por el lugar lanzándose tras el joven anarquista.
No había escapatoria. No la hubo. Las imágenes se repitieron
en su memoria como una vieja película. No dos o tres veces, sino
Penal de Ushuaia |
Sin embargo, su imaginación frondosa no fue capaz de dibujar
otro corolario, el que la caprichosa realidad eligió para signar su destino: su
figura se convirtió en símbolo de la lucha anarquista; su dolor y sufrimiento en
bandera libertaria de los que iban contra la injusticia, su soledad en
solidaridad de cientos de personas que tras ilustres y desconocidos apellidos,
pidieron por su libertad. Un pedido que Hipólito Yrigoyen escuchó e hizo
posible en 1930.
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